Tener más edad (más de 35 años) y menor nivel educativo (solo educación primaria) está correlacionado con una menor capacidad de desplazarse. La inmovilidad involuntaria también se ve reforzada por la pobreza, la falta de opciones de vivienda formal y segura, la inseguridad jurídica y los medios de vida precarios. Como resultado, la inmovilidad afecta principalmente a quienes ya están marginados. Por ejemplo, en las Bahamas, los migrantes haitianos indocumentados que viven en asentamientos informales en la isla Ábaco dudaron en irse durante el huracán Dorian por miedo a ser arrestados o deportados.

Los pueblos indígenas de toda la región luchan por lograr el reconocimiento de los derechos sobre la tierra. Muchos se muestran reacios a desplazarse cuando enfrentan presiones climáticas por temor a no poder regresar.

Las mujeres son más propensas que los hombres a declarar que no pueden desplazarse a pesar de tener el deseo de hacerlo. También es más probable que tengan en cuenta el cambio climático como un factor al considerar la movilidad futura. Los roles de género tradicionales influyen en la intención y la capacidad de las mujeres para migrar en el contexto del cambio climático. La mayoría de las formas históricas de movilidad en la región han estado dominadas por hombres. Un ejemplo destacado es el pueblo cafetalero de Dota, en Costa Rica, conocido como “la ciudad de las solteras”. Los impactos del cambio climático en la industria del café han reforzado décadas de movilidad masculina hacia Estados Unidos. Los hombres jóvenes migran para mantener a sus familias mediante remesas, mientras que las mujeres permanecen en el hogar para cuidar a la familia, la casa o la propiedad.